martes, 7 de julio de 2015

De Puentes y Muros



Por: Sachi U. Maeshiro

Angélica Cortés
Creo que si a todos nos preguntaran, la gran mayoría estaríamos a favor de que haya paz en el mundo, ¿cierto?. Sin embargo, la violencia, la agresión y la guerra están presentes todos los días. Sólo basta ver las noticias y mirar a nuestro alrededor para constatar lo anterior. Y por si eso no fuera poco, también podemos observar más de cerca nuestra propia vida, cada día que la conforma,  y es muy probable, por no decir que es algo seguro, que nos topemos con momentos en donde discutimos, peleamos, colisionamos con los otros; en otras palabras: instantes donde el conflicto se hace presente y la tranquilidad perece diluirse.  ¿Cómo queremos un mundo en donde predomine la paz si no lo logramos en nuestros pequeños entornos y comunidades cercanas?

Para tener un mundo en paz necesitamos tener países, ciudades, pueblos, familias, relaciones, grupos pero, sobretodo, mentes y corazones pacíficos. ¿Y por qué no lo logramos? ¿qué es lo que nos lo impide? Mi mente divagatoria ha pensado en una hipótesis: por los puentes y los muros. ¿A qué me refiero?

Los puentes nos conectan, unen dos espacios o entes; permiten el tránsito de un lado a otro. En cambio un muro separa, divide, define. Un muro nos ayuda a distinguir donde termina un espacio y en donde inicia otro. Tomando en cuenta lo anterior y pensando en cómo lograr la paz, escogeríamos tener puentes en lugar de muros. Pero, ¿qué sucede en nuestro día a día?, ¿cuántos muros y cuántos puentes construimos?

Pienso que no es sencillo edificar en nuestra cotidianidad más puentes que muros, sobretodo por la educación que tenemos, por los años de historia que hay detrás de nosotros, hasta por cuestiones físicas y fisiológicas. Simplemente tomando de ejemplo esto último, nuestra piel es un muro; nos separa de los otros, nos ayuda a distinguir donde inicia y termina nuestro cuerpo. Los muros son los que definen el “yo”. ¿Cómo ser nosotros mismos sin muros?  Para tener un “yo” necesitamos de los muros. Y ese “yo”, para “sobrevivir” cuando se siente amenazado, ataca. Es cuando el miedo hace aparición. 

En cambio para construir un “nosotros” requerimos de los puentes. Pero para poder construirlos se necesita que ambos espacios renuncien a un pedazo de lo que son. En ese pedazo ya no soy “yo”, permito que el “otro” pase, y ya no es territorio mío ni de él. Renuncio, por lo menos en ese punto, a lo que me distingue y además me abro, lo que me hace vulnerable. Es como dejar la puerta de nuestra casa abierta. Entonces, para lograr que ese puente continúe, necesitamos sustituir el miedo por la confianza. Pero, ¿cómo vamos a dejar la puerta abierta?, ¿cómo dejar de pensar en los términos de esto es mío y no tuyo?, ¿de yo tengo la razón y tú no la tienes?, ¿cómo confiar en los otros independientemente de qué piensen y cómo sean?
Angélica Cortés

Sin embargo, si queremos que haya paz, pienso que es necesario como un primer paso, reflexionar al respecto, darnos cuenta de este fenómeno de los muros y los puentes, para después poder buscar formas para construir más de estos últimos. Pienso que es muy fácil caer en la trampa mental de pensar que la paz es algo que corresponde a los gobiernos, a las autoridades, a las instituciones, y nos olvidamos de vernos a nosotros mismos para hacernos responsables de la construcción de la misma. La paz, creo yo, no es un concepto intangible, lejano, enorme, que está afuera de nosotros. La paz inicia y se construye en nosotros.

Necesitamos ir cambiando nuestra forma de pensar y ver la vida, dejar atrás la competencia sin olvidarnos de la excelencia y la satisfacción de las cosas bien realizadas; necesitamos pensar en el bien común y no sólo en el propio; tenemos que romper el paradigma de la selección natural en donde sobrevive el más fuerte.


Necesitamos soltar, dejar ir, romper el apego, abrazar el vacío; confiar y tener fe; de alguna forma se requiere renunciar al “yo”; saber que todos somos uno, y que el tú y el yo son reales, pero no son ciertos. 



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