lunes, 4 de mayo de 2015

EL PERDÓN por Ma. del Rocío López




“Perdonar es recordar el frío del Invierno pero sin sentirlo
 porque a mi vida ha llegado el calor de la Primavera”

Inicia un año más y tratando de poner en palabras un sentir, escribiré acerca del perdón. Desde mi sentir, es muy necesario escombrar el Alma como lo hacemos con tantas cosas para iniciar ciclos. Una forma de limpiar nuestra Alma, es sacando de ella y de nuestro corazón todo aquello que pesa y no nos deja avanzar. La forma más difícil, pero más efectiva es perdonando.
Herica Pulgarín H.
¿Qué es perdonar? No es fácil definirlo porque es una palabra que abarca tanto: ideas, creencias, emociones, recuerdos…
Perdonar es una decisión, una actitud, un proceso. Es soltar todo lazo negativo que me une a alguien que hizo algo que me provocó dolor y me dañó. Es liberar del corazón aquello que pesa como el rencor, la ira, el odio, el resentimiento,
El problema es que al perdón lo confundimos con lo que no es. Tenemos la idea de que perdonar es:
-       Restar responsabilidad o consecuencias al otro
-       Minimizar todo el dolor que nos provocó o negar las emociones que vivimos
-       Justificar o excusar al otro y lo que hizo
-       Borrar el acto de nuestras historias
-       Sumisión
-       Reconciliarme con el que me dañó
Cuando pienso que perdonar es algo de lo anterior, ¡desde luego que nuestro corazón no puede hacerlo!
¿Qué necesito para perdonar? Primero, eliminar todas las ideas falsas, porque perdonar no significa restar responsabilidad, minimizar el daño, justificar, negar lo que me marcó y mucho menos tener la obligación de mantener la relación con el otro.
Después, hacerme consciente de que perdonar es un acto de amor para mí, no para el otro. Que es un proceso individual, cada uno de nosotros debemos sentirnos con la libertad de avanzar a nuestro tiempo, no permitir que nos apuren u obliguen. Muchas de nuestras creencias o prácticas religiosas nos empujan a perdonar sin sentirlo o elegirlo, incluso socialmente nos fuerzan desde niños.
También es necesario revisar y reconocer exactamente en qué parte de mi ser dañó lo que viví, de qué tamaño es la herida y cuánto me marcó en mi vida. Validar mi sentir y exigir que los demás lo hagan.
En este momento, cuando ya tengo claro qué pasó conmigo y mis emociones por la acción del otro, cuando puedo comprender que si perdono, no estoy eliminando de la historia del otro su responsabilidad y consecuencia. Ahora sí estoy en la posibilidad de decidir perdonar.
Ayuda mucho comprender que si alguien actuó de una manera que me dañó, es porque no tuvo la capacidad, la inteligencia o la sensibilidad de hacerlo de otra manera, que tiene carencias y que no se puede pedir a alguien que brinde lo que no tiene en su esencia. No puedo pedir una caricia a alguien que no tiene manos. Al comprenderlo, también podemos separar responsabilidades, y sólo me quedo con la parte que es mía, y dejo sobre los hombros del otro su responsabilidad.
Todo lo anterior ayuda a sacar de nuestro corazón la emoción que me mantiene atada al otro. Cerrar significa no volver a tocar el tema, es darlo por terminado desde nuestra mente y corazón. Y así poder avanzar ya de forma ligera, eliminando todo lazo de sentimiento que me provoca daño y dolor, lo cual no significa olvidar, sino dejar de sentir… de resentir.
Llegar a este punto nos muestra la madurez y crecimiento que vamos logrando, pero sobre todo, el amor que nos tenemos, porque perdonar es un acto de amor consciente hacia nosotros, ¡y lo merecemos! Iniciamos una vida con nueva actitud, energía, libertad y al ser decisión mía, el otro no interviene y no determina si perdono o no. No determina si cierro y avanzo o no.
Perdonar nos brinda además, calidad de vida. Si las emociones que nos duelen se estacionan porque no perdono, provocan mala actitud y daños en la salud, nos mantiene atados al pasado, al dolor.
En nuestro entorno hay muchas personas que perdonar, se complica cuando estos seres son parte de nuestra familia, cuando los amamos, como nuestros padres. Perdonar a nuestros ancestros libera a nuestras siguientes generaciones. Cuando hay amor, empatía y comprensión, podemos lograr el perdón. ¡Sonreir….!
¿Y qué tal cuando es a nosotros a quienes debemos perdonar? Cuando hemos sido nosotros mismos los que hemos provocado situaciones que nos han dañado y marcado. A veces somos nuestros peores jueces. Para perdonarnos debemos mirarnos con amor, con respeto. Reconocer y aceptar que la manera en que nos comportamos, era la única que podíamos tener en ese momento ya que nos faltaba aprendizaje, crecimiento y experiencia. Saber que hoy actuaríamos distinto y ¡hacerlo!
Al hablar del perdón, no podemos dejar de lado la realidad de que también nosotros hemos provocado dolor, de forma consciente o inconsciente, también hemos sido responsables de actos que han marcado de forma dolorosa a otro ser humano,  incluso a los que amamos.
Para solicitar ser perdonados, debemos sentirlo, no hacerlo por complacer o por evitar malos momentos. Ser capaces de reconocer lo que provoqué, que hice algo que no debí y arrepentirme. Reconocer también las consecuencias de mis actos y del dolor que causé. Solicitar el perdón es asumir que estoy a disposición del otro, que su dolor y enojo se pueden volcar sobre mí y asumirlo. El otro está en su derecho de perdonarme o no y de tomarse el tiempo que necesite para ello. Reconocer que lastimé es un acto de humildad. Estar a disposición del perdón del otro no debe significar nunca perder mi dignidad.
En el tema del perdón, cuando lo otorgo o me lo otorgan, siempre hay aprendizaje, y es esencial buscarlo, arrancar a ese evento de nuestra vida la enseñanza que me brinda y enriquece.
Perdonar y ser perdonados es tocar el Alma. En este inicio de año, que mejor regalo que soltar todo lo que nos ata, por amor a nuestros seres amados que merecen convivir con alguien sano, pero sobre todo por amor a nosotros, soltemos…. ¡volemos en libertad!


RENDIRSE por Sachi U. Maeshiro



Mi mente tiene un pasatiempo muy recurrente: divagar. Le gusta ir de una idea a otra y de regreso; trata de profundizar, de desmenuzar, le encanta analizar, y una vez terminado el análisis, vuelve otra vez a analizar. Es una actividad algo obsesiva que no es del todo recomendable pero me ha llevado a aprender algunas cosas, aunque sigo trabajando para manejarla de una mejor manera. Pero bueno, no es de esto de lo que quiero hablarte, sino del tema que ha sido materia para la divagación de mi mente en fechas recientes: rendirse vs seguir luchando. ¿Tú qué opinas? Supongo que es muy probable que te sorprenda mi consideración con respecto a esta disyuntiva, “obviamente” hay que seguir luchando siempre, no podemos darnos por vencidos, es fundamental resistirse hasta el último aliento. Una parte de mis reflexiones me llevan a estar de acuerdo, pienso que no podemos quedarnos sentados y sólo mirar cómo pasa el mundo ante nosotros. Pienso que cada quien construye su realidad, su vida, y parte de ello implica una lucha. Pero por otro lado, a través de algunas lecturas, ha surgido este divague mental en donde se me ha presentado la idea de considerar lo contrario: que  también es necesario rendirse para no morir en el intento (por favor toma nota que he dicho: también).  
Pienso que desde pequeños nos enseñan a luchar, a competir. La sociedad funciona en una gran parte bajo este criterio: luchamos por ser más guapos, más listos, por ganar más dinero, por tener los mejores puestos de trabajo, por lograr reconocimiento, por tener más “likes” en facebook. Pasamos gran parte de nuestro día luchando, resistiéndonos. Y la resistencia produce fricción y la fricción nos lleva al desgaste. ¿Esto es necesario?
Y por otro lado, rendirse no necesariamente significa no seguir avanzando. Creo que tendemos a relacionar el término de rendición únicamente con el estancamiento, con la mediocridad y la derrota, pero el significado de esta palabra está también ligado a la entrega y al respeto. Sólo basta echarle una mirada al diccionario de la Real Academia Española:
Rendir.
(Del lat. reddĕre, infl. por prendĕre y vendĕre).
1. tr. Vencer, sujetar, obligar a las tropas, plazas, embarcaciones enemigas, etc., a que se entreguen.
2. tr. Sujetar, someter algo al dominio de alguien. U. t. c. prnl.
3. tr. Dar a alguien lo que le toca, o restituirle aquello de que se le había desposeído.
4. tr. Dicho de una persona o de una cosa: Dar fruto o utilidad.
5. tr. Cansar, fatigar, vencer. U. t. c. prnl. Se rindió de tanto trabajar.
6. tr. Vomitar o devolver la comida.
7. tr. Junto con algunos nombres, toma la significación del que se le añade. Rendir gracias, agradecer; rendir obsequios, obsequiar.
8. tr. entregar. Rindió el alma a Dios.
9. tr. Mar. Terminar, llegar al fin de una bordada, un crucero, un viaje, etc.
10. tr. Mil. Entregar, hacer pasar algo al cuidado o vigilancia de otra persona. Rendir la guardia.
11. tr. Mil. Hacer con ciertas cosas actos de sumisión y respeto. Rendir el arma, la bandera.
12. prnl. Tener que admitir algo. Se rindió ante tantas evidencias.
13. prnl. Mar. Dicho de un palo, de un mastelero o de una verga: Romperse o henderse.
MORF. conjug. c. pedir.

Son a estos significados a los que quiero hacer énfasis cuando hablo de rendirse, a los relacionados con la entrega y el respeto, como ya lo mencioné anteriormente. Porque de no hacerlo, estaríamos negando una parte muy valiosa, y sólo podríamos observar una cara de la moneda.
Además, a lo largo de nuestra vida poco aprendemos  y poco nos impulsa para aceptar las cosas como son. Creo que la palabra clave aquí es precisamente: ACEPTACIÓN.  Este significado sintetiza lo que mi mente aficionada a la divagación, quiere expresar. Rendirnos no necesariamente es un sinónimo de derrota, sino un primer paso para la transformación y el crecimiento.
¿Cómo podemos cambiar algo si primero no aceptamos que en ese momento las cosas son así?
¿Cómo podemos amarnos a nosotros mismos si primero no nos aceptamos como somos? ¿Cómo podemos amar al otro si primero no lo aceptamos como es?
Una de las lecturas que me ha hecho entrar en esta divagación plantea que una parte importante de la vida es el dolor,  pero cuando no aceptamos ese dolor, se convierte en sufrimiento. En cambio cuando aceptamos la existencia del dolor, podemos empezar a sanar.
Existe, creo yo, una línea muy fina entre rendirse y quedar derrotado. No son sinónimos, como se suele pensar. Rendirse puede ser un gran aliado para crecer, para mejorar. Como el Ave Fénix, que resurge de sus cenizas. Pero si confundimos los términos, sí podemos quedar estancados.
Yo sigo luchando, el hábito me lleva a reaccionar de esa manera. Pero me rindo ante ello, y espero aprender a aceptar la vida como es, y agradecer mucho por ello.




domingo, 3 de mayo de 2015

AMOR INCONDICIONAL por Angélica Cortés



“Aprendemos a amar no cuando encontramos a la persona perfecta, sino cuando llegamos a ver de manera perfecta a una persona imperfecta”. Sam Keen

Podría parecer que amar es una emoción natural para los seres humanos. Todos, sin excepción, nos pensamos posibilitados para dar y recibir amor, pero ¿te has puesto a pensar si realmente es así?
En lo particular, creo que no es así, creo que durante generaciones y generaciones hemos sido educados para temer y enfrentarnos al otro en lugar de para amarlo. Sobre todo en nuestro mundo occidental desde muy pequeños se nos educa para compararnos con los otros y disociarnos y competir con ellos, no para verlos como semejantes.
Te lo demuestro: Desde pequeños se nos dice que los extraños son malos y que no debemos acercarnos a ellos ni hablarles, en la escuela se nos enseña a competir con los demás por una calificación no a hacer equipo con los otros, más tarde, se nos dice que los amigos son malas influencias en nuestra vida, de adultos se nos dice que el mundo laboral es una carnicería que sólo gana el más apto.
Herica Pulgarín H.
Las religiones, que deberían predicar el amor, no importando a cual pertenezcas, dicen que hay pueblos elegidos por Dios y otros que no lo son. Que solo hay un Dios verdadero y que los que no creen en él son impuros, enemigos, pecadores, etc. Se nos dice también que nuestra cultura es la correcta y que las costumbres y formas de otros pueblos son bárbaras, salvajes, equivocadas. Se nos induce a creer que tu sexo define tu poder y supremacía, por ello las mujeres son “inferiores” y los hombres “superiores”. ¿Cómo podríamos amar a alguien que no es igual a nosotros?
Con todos esos condicionamientos de diferenciación aprendemos a temer, despreciar y juzgar a los otros en lugar de amarlos. Aprendemos a desconfiar de lo que son y, desde luego, a separándonos de ellos. Con ese sentido de separación surgen las mayores aberraciones humanas: El racismo, la violencia de género, las matanzas de “limpieza y purificación” como las guerras santas, cruzadas y el holocausto, la idea de que es adecuado que unos posean riquezas sin fin y otros no puedan cubrir sus necesidades básica, etc.
¿Cómo podrías amar a alguien? ¿Cómo podrías siquiera confiar en alguien que no es como tú? Desde nuestra cultura de separación, no es posible. Por eso muy pocos saben realmente amar y por eso tenemos tantos conflictos entre todos. Porque para amar se requiere confiar en el otro, verlo como semejante, sentirnos parte de él y valorar su existencia. Desde nuestra perspectiva de diferenciación llamamos “Amor” a muchas cosas que no lo son: A las dependencias, la utilización y abuso, la conveniencia, la tolerancia, etc.
Quizá la única etapa en que nos permitimos amar incondicionalmente es la infancia, cuando estamos recién llegados a este mundo y aún no hemos aprendido las diferencias que nos llevan a la separación y mientras no lo hagamos, seguirá siendo posible amar y que nos amen.
Para aprender a amar entonces, debemos abandonar todos nuestros condicionamientos sociales, regresar a nuestra condición infantil de sabiduría innata que nos impide ver dualidades y diferencias. Aprender a ver las similitudes en lugar de las diferencias, las coincidencias en lugar de los desacuerdos. Eso nos permitirá acercarnos a los otros y verlos como iguales, pues el amor requiere como primera condición el ver al otro a la misma altura y con el mismo valor que uno mismo, como si de una imagen reflejada en el espejo se tratara.
La segunda condición del amor es la aceptación y apertura genuinas, es saber que aunque tengamos diferencias podemos hablar de ellas y nadie impondrá su punto de vista, sino que dejaremos hacer al otro según su conciencia y puntos de vista, sin juzgarlo y apoyando sus decisiones.
La tercera condición del amor es aprender a confiar en el otro. Quizá esta es una de las condiciones más complejas de lograr, pues implica no sólo saber que sus puntos de vista son tan válidos como los nuestros, sino que a pesar de nuestras diferencias somos capaces de ayudarnos y protegernos mutuamente. Pues confiar es un acto de fe, de abandonarnos en manos del otro teniendo la certeza de que no nos hará ningún daño.
La última condición, pero no menos importante, es la genuina compasión, ese estado de sabiduría que nos permite acercar el corazón de uno al corazón del otro sin juzgar, limitar o mentir y que nos permite entonces dejar de ver la separación entre uno y otro. Es fundirse en uno solo con la persona amada. Ese momento es justo cuando podemos llegar a sentir la conexión sagrada que existe entre ambos como miembros de una sola raza, de una sola conciencia, de un solo corazón y un solo universo.

Angélica Cortés



CRONICAS DE UNA APRENDIZ EN MEDITACIÓN por Angélica Cortés



I.  ¿MEDITAR O NO MEDITAR?

“Debes meditar por 20 minutos cada día, a menos que estés muy ocupado, entonces debes meditar por una hora” Antiguo Proverbio Zen

En nuestro tiempo la vida se encuentra llena de actividades, ¡Haz algo, ocúpate en algo! parece ser el lema de la humanidad actual. Y nosotros obedientemente corremos a trabajar, hacer ejercicio, hacer las compras, hacer los trabajos domésticos e inventar otras actividades para siempre encontrarnos haciendo algo, cualquier cosa, no importa cuál, lo importante es mantenerse ocupado.

Otro de nuestros lemas ¡No hay tiempo! o su variante ¡No hay tiempo que perder! y yo me pregunto ¿cómo lo va a haber si nos empeñamos en ocuparlo con mil cosas? Pero a su orden corremos a tratar de hacer literalmente mil cosas a la vez, por ejemplo pretender manejar y textear o maquillarnos, atender a los niños y trabajar, incluso comer y revisar noticias, contestar correos o ver televisión.

El último de nuestros lemas actuales ¡Es Urgente! o su variante ¡Es para ayer! A cuento de lo cual nos encontramos corriendo para tratar de concluir todo lo que tenemos que nos hemos impuesto hacer, pues estamos atiborrados de actividades y además deseamos hacerlas siempre en el menor tiempo o antes si es posible. ¡Qué locura!

Bajo ese ritmo nos volvemos personas estresadas, compulsivas, llenas de actividades pendientes, pero vacías de sentido, pues descuidamos lo más importante en nuestra vida por lo urgente,  pensando que después podremos compensar lo que nos estamos perdiendo hoy.

Después de una rutina diaria de correr para hacer mil cosas sin sentido, llega un momento en que la naturaleza nos insta a aminorar la marcha. Bien sea por un descanso, vacaciones, enfermedad, nos detenemos por algún tiempo y al hacerlo experimentamos una especie de resaca, por decirlo de algún modo, de ese continuo accionar. Es entonces cuando afloran en nosotros sentimientos como la ansiedad, depresión, frustración y/o desubicación. Porque algo dentro de nosotros sabe intuitivamente que lo que hacemos es por hacer y no por ser.

Fue en una de esas resacas del hacer donde entendí que era necesario hacer un alto y buscar sanear la agitación de mi mente. Para fortuna mía, en ese momento se me presentó la oportunidad de conocer y practicar una forma de meditación en movimiento el Tai chi[1] y con ello empezó mi camino en el descubrimiento de la meditación y sus beneficios. Pero eso te lo iré contando poco a poco en estas crónicas, por lo pronto me gustaría contarte que es lo que yo considero que significa la meditación en general para luego platicarte los tipos de meditación que he practicado y para qué me han servido.

Para mí la meditación es el arte de hacer callar tu mente, es un proceso de limpieza de toda la basura que vamos alimentando con cada pensamiento negativo que tenemos, es como una especie de reset para eliminar los errores de nuestra percepción y con ello dar paso a un mejor funcionamiento del disco duro.

Cuando limpias de tu mente toda esa basura acumulada te das cuenta que muchas emociones negativas como la ira, el miedo se atenúan y una paz y regocijo interno comienza a manifestarse en ti. También te das cuenta que tu capacidad de concentración mejora al igual que tu creatividad lo que te permite a su vez encontrar soluciones a los problemas para los cuales no encontrabas ninguna solución antes.

Quizá la meditación no cambie tus circunstancias de vida o elimine de ella la posibilidad de que ocurran problemas, pero cambia tu forma de tratarlos y percibirlos y con ello cambia Todo.

Si no me crees aquí te ofrezco algunas alternativas para practicarla y luego me puedes contar tus resultados.





[1] Una forma de arte marcial chino derivada del boxeo largo que involucra movimientos lentos y controlados denominados posiciones y conjuntados en ‘formas’ que van de 24 a 108 movimientos. Puede practicarse a mano vacía, con espada, sable, vara, abanico y lanza. N. de A.

AMOR CONSCIENTE por Ma. del Rocío López P.



La verdad es que amamos la vida, no porque estemos acostumbrados a ella, sino porque estamos acostumbrados al amor. Friederich Nietzche
El amor es un tema tan trillado, tan mencionado. Descripciones, muchas …
… es un acto de libertad que afirma otra libertad, y que sólo es libertad por esa afirmación misma. Joseph Ratner.
... es un movimiento interior en la existencia donde un yo tiende hacia un tú. Martin Buber.
… es un arte y, como tal, una acción voluntaria que se emprende y se aprende, no una pasión que se impone contra la voluntad de quien lo vive. El amor es, así, decisión, elección y actitud. Erich Fromm
Amar no es hacer, sino ser. El amor no es acción, sino actitud. Y al final, las palabras sobran, porque al amor lo describe la emoción. No importa el concepto, sino la esencia. Puedo amar cuando existe algo o alguien a quien amar, cuando soy consciente de que el otro existe, es… aún incluso si soy yo mismo.
Viktor Frankl habla del amor como un sentido de vida, una razón para existir, para trascender.
 Cuando encuentro en mi camino a alguien que me hace sentir emociones que distingo diferentes, que reconozco que no sucede con otros y mis ojos lo ven perfecto, estamos en la bella etapa del enamoramiento, de la limeranza. Cuando ese velo baja y lo empiezo a ver no como yo quise que fuera, sino como en realidad es, y así lo amo, es que llegamos al amor maduro. Pero existe un nivel de amor más elevado: el amor consciente.
Amar con consciencia es sentir amor con toda nuestra personalidad, con toda nuestra sinceridad y con toda nuestra honestidad. Al ser honesta y veraz, regalo al otro la seguridad de que está amando a la verdadera persona que soy. Es un logro inmenso sabernos amados tal y como somos. Si me disfrazo, si uso máscaras, si finjo ser alguien que no soy ¿cómo saber si amas a la verdadera yo? Anularse, destruirse, renunciar a ser quien se es para que se quede alguien conmigo, no es amor.
Cuando conozco al otro, cuando lo veo con virtudes y defectos y así lo acepto y amo, le estoy regalando la libertad de ser como es. Lo estoy amando con consciencia, sin engaños, sin condiciones. Amar hasta los defectos del ser amado, porque hasta ellos son suyos.
El amor consciente es con conocimiento, con la plena consciencia de quien soy, quien eres y de lo que siento. Grave es amar a un falso tú y más grave aún, pretender que amen a un falso yo.
El amor consciente también es amar sin pretender recibir nada a cambio, es no condicionar. Amar a los míos es hermoso pero fácil. El amor no se limita a amar únicamente a una persona. El amor se puede sentir por la humanidad, por aquellos con quienes co-habitamos este planeta. El contacto no siempre es físico, también puede ser intelectual, emocional, espiritual, alegrándonos del bienestar de otros, entristeciéndonos con su dolor. Y más allá, amar a quienes nos han dañado, lastimado, ese reto sólo se logra a través del amor consciente.
Muchas veces rogamos, pedimos al otro que no parta, ya sea de nuestro lado o de la vida porque sentimos morir. Una gran prueba para el amor consciente es darle libertad al otro para quedarse a nuestro lado o no. Soltar, dejar partir si eso le significa bienestar al otro y un dolor inmenso a nuestra alma. Lograr decir: te amo y te quiero bien aunque no sea a mi lado.
El amor consciente es un nivel de amor que trasciende, que alimenta el Alma. Nuestra misión en esta vida es lograr amar con consciencia…
“Amar, cuán bello es amar. Sólo las grandes Almas pueden y saben amar. El amor es ternura infinita… el amor es la vida que palpita en cada átomo como palpita en cada sol”. SAW



ESPACIO HABITADO por Herica Pulgarín Hernández


"Espejismos" Herica Pulgarín H.

Siguiendo por las cavilaciones existencialistas sobre el lugar que ocupamos en este mundo y la forma como desechamos y ensuciamos sin consideraciones, me veo en la penosa tarea de cuestionar mi acontecer diario, la cotidianidad donde cosas superfluas desplazan a las verdaderamente importantes; donde se ignoran vidas que se tienen al lado y no se les da la importancia que merecen; donde nos concentramos en vivir una ciudad aprendida y otra aprehendida; al mismo tiempo, esa cotidianidad que nos obliga a refugiarnos en esos pequeños espacios a los que nuestra mentalidad occidental ha dado el nombre de “casas”.
Nos hemos convertido así, en seres humanos nómadas que vamos de un espacio a otro, y no sólo me refiero al normal de puertas y ventanas, espacio es todo lo que constituye una ambigüedad entre el adentro y el afuera.
Somos espacios nosotros mismos, estamos limitados por piel, la cual indica qué es exterior al cuerpo, vivimos en lugares habitados por otros tantos, exteriores los unos a los otros y que queriéndolo o no, nos van a marcar, van a dejar huella sobre nuestra espacialidad más íntima, ese alma que nos ocupa.
Comúnmente tenemos la creencia de que somos las personas las que ocupamos un sitio, eso es verdad, pero también es verdad que nosotros como espacios somos habitados por esos lugares y cosas que constituyen un verdadero “estar ahí”, no podemos negar que somos espacios receptivos a agentes externos que dejan sus huellas, a personas y objetos que plasman una escritura sobre nosotros, lienzos en blanco para ser leídos en un futuro por esas otras espacialidades que llegan hasta el “aquí”.
De esa misma forma, encontraremos almas cargadas de esencias, espacios y presencias, a las cuales vamos a querer habitar, aligerando sobre ellas toda nuestra carga, para tratar de convertirnos en el escritor o el artista que busca un lienzo más para poder crear la gran obra, e igualmente avanzar hacia otro tiempo-espacial.
Acá es donde nos convertimos en artistas, haciéndonos a la tarea de descubrir todos los símbolos y la memoria que llena ese lugar, y comenzando a cargarlo de nuevas connotaciones sin dejar de lado lo ya existente.
Es de acuerdo a esas existencias que nosotros mismos actuamos, vivimos y sentimos; consideramos todo desde la perspectiva de una memoria fragmentada por la que pasan imágenes, recuerdos y huellas; esa memoria que hace percibir al hombre en un espacio y como espacio él mismo, como la exterioridad de todos esos hábitos y hábitats que en última instancia no terminan siendo sino uno, el ser. Y este ser está en un continuo existir, en un constante ir y venir de un lugar a otro, de una persona a otra, de sueños que se tienen en almohadas distintas o que se sueñan distintas; en todo ese vivir, caminar y sentir, se tienen lugares y se sueñan otros donde nos permitimos reorganizar los colores, recuerdos y huellas como si fueran muebles que se pueden cambiar de sitio, a fin de crear un territorio, un hábitat o una ciudad más vivible, más estética, más armónica, como si el problema fuera de gustos.
Y, precisamente es en la ciudad donde los seres humanos interactúan con otras personas, donde evidencian su naturaleza organizativa y tratan al máximo de tomar posesión de algo que en últimas no es de nadie, pues el espacio es él por sí solo y el ser necesita de él para poder sentir su existencia.
Los hombres construyen sobre otras existencias y quieren construir y creerse ciudades individuales que no son evidentes más que para los propios ojos, pero no son conscientes de las ruinas que van dejando a su paso, que cargadas de historias hacen parte de lo que son en el presente. Siempre queremos construir una ciudad para nuestra imagen y una que otra semejanza, pero no estando contentos con eso, construimos otros sitios por medio de la palabra, el arte, la ensoñación y la imaginación, siendo ideales para algunas personas que aunque no son reales esta en las manos de cada uno el hacer evidentes esos pretextos de ciudad.
Vivimos en esa supuesta intimidad, de un interior que se construye fuera de esa ciudad grande y omnipotente, la casa como hogar es un ente que se cierra a la urbe, mutable, variable, y que al cambiarlo se deben cambiar también todos sus significados, todos sus sentidos y toda la percepción que de ellos se tenga.
Dentro de las casas se está realizando continuamente el ritual de vivir, de entregarse a los sueños, de llenar de sentidos su entorno. En la calle somos otros, afuera poseemos un papel habitual, un papel con el que nos equipamos cada día cuando salimos. Fácilmente pasamos del adentro hacia afuera, pero somos muy reacios a que el afuera se apodere del adentro, pero ya tenemos a través de los medios de comunicación y los ordenadores el mundo entero dentro de nuestras casas, apropiándose del interior de ellas, convirtiéndonos en máquinas automatizadas frente a las pantallas, nos estamos volviendo esclavos de ese afuera.
El adentro y el afuera, esa es la discusión ¿qué se establece como uno u otro?, el adentro es la casa, el hogar, pero ¿qué separa ese adentro de esa calle amenazadora que es el afuera?, las puertas, las ventanas, las tapias y los ladrillos, la piel… ese es el límite, esa es la frontera. Y, ¿qué pasaría si esa frontera no existiera? Encontraríamos un adentro en un afuera o viceversa, no habrían fachadas, no habrían barreras….
…La fachada es la exterioridad que envuelve la “casa”, y las puertas y las ventanas son los “agujeros” del tonel, agujeros de doble trayectoria: injerencia e intrusismo que amenazan en la penetración del exterior en el interior, y deyección que amenazan en el derramamiento del interior en el exterior…”[1]






[1] Las formas de la exterioridad. José Luis Pardo. Ed. Pre-textos