domingo, 3 de mayo de 2015

ESPACIO HABITADO por Herica Pulgarín Hernández


"Espejismos" Herica Pulgarín H.

Siguiendo por las cavilaciones existencialistas sobre el lugar que ocupamos en este mundo y la forma como desechamos y ensuciamos sin consideraciones, me veo en la penosa tarea de cuestionar mi acontecer diario, la cotidianidad donde cosas superfluas desplazan a las verdaderamente importantes; donde se ignoran vidas que se tienen al lado y no se les da la importancia que merecen; donde nos concentramos en vivir una ciudad aprendida y otra aprehendida; al mismo tiempo, esa cotidianidad que nos obliga a refugiarnos en esos pequeños espacios a los que nuestra mentalidad occidental ha dado el nombre de “casas”.
Nos hemos convertido así, en seres humanos nómadas que vamos de un espacio a otro, y no sólo me refiero al normal de puertas y ventanas, espacio es todo lo que constituye una ambigüedad entre el adentro y el afuera.
Somos espacios nosotros mismos, estamos limitados por piel, la cual indica qué es exterior al cuerpo, vivimos en lugares habitados por otros tantos, exteriores los unos a los otros y que queriéndolo o no, nos van a marcar, van a dejar huella sobre nuestra espacialidad más íntima, ese alma que nos ocupa.
Comúnmente tenemos la creencia de que somos las personas las que ocupamos un sitio, eso es verdad, pero también es verdad que nosotros como espacios somos habitados por esos lugares y cosas que constituyen un verdadero “estar ahí”, no podemos negar que somos espacios receptivos a agentes externos que dejan sus huellas, a personas y objetos que plasman una escritura sobre nosotros, lienzos en blanco para ser leídos en un futuro por esas otras espacialidades que llegan hasta el “aquí”.
De esa misma forma, encontraremos almas cargadas de esencias, espacios y presencias, a las cuales vamos a querer habitar, aligerando sobre ellas toda nuestra carga, para tratar de convertirnos en el escritor o el artista que busca un lienzo más para poder crear la gran obra, e igualmente avanzar hacia otro tiempo-espacial.
Acá es donde nos convertimos en artistas, haciéndonos a la tarea de descubrir todos los símbolos y la memoria que llena ese lugar, y comenzando a cargarlo de nuevas connotaciones sin dejar de lado lo ya existente.
Es de acuerdo a esas existencias que nosotros mismos actuamos, vivimos y sentimos; consideramos todo desde la perspectiva de una memoria fragmentada por la que pasan imágenes, recuerdos y huellas; esa memoria que hace percibir al hombre en un espacio y como espacio él mismo, como la exterioridad de todos esos hábitos y hábitats que en última instancia no terminan siendo sino uno, el ser. Y este ser está en un continuo existir, en un constante ir y venir de un lugar a otro, de una persona a otra, de sueños que se tienen en almohadas distintas o que se sueñan distintas; en todo ese vivir, caminar y sentir, se tienen lugares y se sueñan otros donde nos permitimos reorganizar los colores, recuerdos y huellas como si fueran muebles que se pueden cambiar de sitio, a fin de crear un territorio, un hábitat o una ciudad más vivible, más estética, más armónica, como si el problema fuera de gustos.
Y, precisamente es en la ciudad donde los seres humanos interactúan con otras personas, donde evidencian su naturaleza organizativa y tratan al máximo de tomar posesión de algo que en últimas no es de nadie, pues el espacio es él por sí solo y el ser necesita de él para poder sentir su existencia.
Los hombres construyen sobre otras existencias y quieren construir y creerse ciudades individuales que no son evidentes más que para los propios ojos, pero no son conscientes de las ruinas que van dejando a su paso, que cargadas de historias hacen parte de lo que son en el presente. Siempre queremos construir una ciudad para nuestra imagen y una que otra semejanza, pero no estando contentos con eso, construimos otros sitios por medio de la palabra, el arte, la ensoñación y la imaginación, siendo ideales para algunas personas que aunque no son reales esta en las manos de cada uno el hacer evidentes esos pretextos de ciudad.
Vivimos en esa supuesta intimidad, de un interior que se construye fuera de esa ciudad grande y omnipotente, la casa como hogar es un ente que se cierra a la urbe, mutable, variable, y que al cambiarlo se deben cambiar también todos sus significados, todos sus sentidos y toda la percepción que de ellos se tenga.
Dentro de las casas se está realizando continuamente el ritual de vivir, de entregarse a los sueños, de llenar de sentidos su entorno. En la calle somos otros, afuera poseemos un papel habitual, un papel con el que nos equipamos cada día cuando salimos. Fácilmente pasamos del adentro hacia afuera, pero somos muy reacios a que el afuera se apodere del adentro, pero ya tenemos a través de los medios de comunicación y los ordenadores el mundo entero dentro de nuestras casas, apropiándose del interior de ellas, convirtiéndonos en máquinas automatizadas frente a las pantallas, nos estamos volviendo esclavos de ese afuera.
El adentro y el afuera, esa es la discusión ¿qué se establece como uno u otro?, el adentro es la casa, el hogar, pero ¿qué separa ese adentro de esa calle amenazadora que es el afuera?, las puertas, las ventanas, las tapias y los ladrillos, la piel… ese es el límite, esa es la frontera. Y, ¿qué pasaría si esa frontera no existiera? Encontraríamos un adentro en un afuera o viceversa, no habrían fachadas, no habrían barreras….
…La fachada es la exterioridad que envuelve la “casa”, y las puertas y las ventanas son los “agujeros” del tonel, agujeros de doble trayectoria: injerencia e intrusismo que amenazan en la penetración del exterior en el interior, y deyección que amenazan en el derramamiento del interior en el exterior…”[1]






[1] Las formas de la exterioridad. José Luis Pardo. Ed. Pre-textos

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