domingo, 3 de mayo de 2015

AMOR INCONDICIONAL por Angélica Cortés



“Aprendemos a amar no cuando encontramos a la persona perfecta, sino cuando llegamos a ver de manera perfecta a una persona imperfecta”. Sam Keen

Podría parecer que amar es una emoción natural para los seres humanos. Todos, sin excepción, nos pensamos posibilitados para dar y recibir amor, pero ¿te has puesto a pensar si realmente es así?
En lo particular, creo que no es así, creo que durante generaciones y generaciones hemos sido educados para temer y enfrentarnos al otro en lugar de para amarlo. Sobre todo en nuestro mundo occidental desde muy pequeños se nos educa para compararnos con los otros y disociarnos y competir con ellos, no para verlos como semejantes.
Te lo demuestro: Desde pequeños se nos dice que los extraños son malos y que no debemos acercarnos a ellos ni hablarles, en la escuela se nos enseña a competir con los demás por una calificación no a hacer equipo con los otros, más tarde, se nos dice que los amigos son malas influencias en nuestra vida, de adultos se nos dice que el mundo laboral es una carnicería que sólo gana el más apto.
Herica Pulgarín H.
Las religiones, que deberían predicar el amor, no importando a cual pertenezcas, dicen que hay pueblos elegidos por Dios y otros que no lo son. Que solo hay un Dios verdadero y que los que no creen en él son impuros, enemigos, pecadores, etc. Se nos dice también que nuestra cultura es la correcta y que las costumbres y formas de otros pueblos son bárbaras, salvajes, equivocadas. Se nos induce a creer que tu sexo define tu poder y supremacía, por ello las mujeres son “inferiores” y los hombres “superiores”. ¿Cómo podríamos amar a alguien que no es igual a nosotros?
Con todos esos condicionamientos de diferenciación aprendemos a temer, despreciar y juzgar a los otros en lugar de amarlos. Aprendemos a desconfiar de lo que son y, desde luego, a separándonos de ellos. Con ese sentido de separación surgen las mayores aberraciones humanas: El racismo, la violencia de género, las matanzas de “limpieza y purificación” como las guerras santas, cruzadas y el holocausto, la idea de que es adecuado que unos posean riquezas sin fin y otros no puedan cubrir sus necesidades básica, etc.
¿Cómo podrías amar a alguien? ¿Cómo podrías siquiera confiar en alguien que no es como tú? Desde nuestra cultura de separación, no es posible. Por eso muy pocos saben realmente amar y por eso tenemos tantos conflictos entre todos. Porque para amar se requiere confiar en el otro, verlo como semejante, sentirnos parte de él y valorar su existencia. Desde nuestra perspectiva de diferenciación llamamos “Amor” a muchas cosas que no lo son: A las dependencias, la utilización y abuso, la conveniencia, la tolerancia, etc.
Quizá la única etapa en que nos permitimos amar incondicionalmente es la infancia, cuando estamos recién llegados a este mundo y aún no hemos aprendido las diferencias que nos llevan a la separación y mientras no lo hagamos, seguirá siendo posible amar y que nos amen.
Para aprender a amar entonces, debemos abandonar todos nuestros condicionamientos sociales, regresar a nuestra condición infantil de sabiduría innata que nos impide ver dualidades y diferencias. Aprender a ver las similitudes en lugar de las diferencias, las coincidencias en lugar de los desacuerdos. Eso nos permitirá acercarnos a los otros y verlos como iguales, pues el amor requiere como primera condición el ver al otro a la misma altura y con el mismo valor que uno mismo, como si de una imagen reflejada en el espejo se tratara.
La segunda condición del amor es la aceptación y apertura genuinas, es saber que aunque tengamos diferencias podemos hablar de ellas y nadie impondrá su punto de vista, sino que dejaremos hacer al otro según su conciencia y puntos de vista, sin juzgarlo y apoyando sus decisiones.
La tercera condición del amor es aprender a confiar en el otro. Quizá esta es una de las condiciones más complejas de lograr, pues implica no sólo saber que sus puntos de vista son tan válidos como los nuestros, sino que a pesar de nuestras diferencias somos capaces de ayudarnos y protegernos mutuamente. Pues confiar es un acto de fe, de abandonarnos en manos del otro teniendo la certeza de que no nos hará ningún daño.
La última condición, pero no menos importante, es la genuina compasión, ese estado de sabiduría que nos permite acercar el corazón de uno al corazón del otro sin juzgar, limitar o mentir y que nos permite entonces dejar de ver la separación entre uno y otro. Es fundirse en uno solo con la persona amada. Ese momento es justo cuando podemos llegar a sentir la conexión sagrada que existe entre ambos como miembros de una sola raza, de una sola conciencia, de un solo corazón y un solo universo.

Angélica Cortés



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