martes, 7 de julio de 2015

La paz comienza en el Corazón




Por: Angélica Cortés


Angélica Cortés
Hace algunos días escuché algo en una conferencia que me dejó pensando y espero te haga reflexionar también a ti.  

El conferencista nos mostró imágenes de distintas personas, mostrando distintas emociones, personas de todas las razas,  todas las religiones y todas las edades. Lo fascinante no sólo fue ver como los participantes podían sentirse identificados con las imágenes, sino lo que explicó a continuación: “Todos podemos identificarnos con cada una de las emociones reflejadas en estas fotos porque todos, sin importar nuestra posición social, raza, religión, edad las hemos experimentado. Quizá no todos pensamos igual pero todos sentimos igual”.

Al escuchar lo anterior me pareció encontrar cierta verdad  que trataré de desglosar aquí. Si lo pensamos, efectivamente, todos reímos, lloramos, nos emocionamos, nos enojamos igual y podemos reconocer en otros las emociones que los embargan, podemos distinguir cuando alguien está alegre, triste, preocupado, ensimismado, ilusionado, angustiado, enamorado.   

Ahora bien, también es una realidad que todos pensamos de manera distinta, quizá debido a que todos tenemos vivencias distintas, circunstancias distintas. Sin embargo,  comúnmente, asumimos que nuestra forma de pensar representa la verdad absoluta. Por tanto, tratamos de demostrar la equivocación de los otros y hacerlos “entrar en razón” imponiendo nuestra forma “correcta” de ver el mundo y para ello empleamos desde la sutil persuasión,  hasta la fuerza bruta.

Reflexionar en estas dos realidades me llevó a preguntarme si, tal vez, ha sido nuestro enfoque a lo largo de la historia el que ha hecho imposible nuestro entendimiento y colaboración como raza humana al privilegiar el pensamiento al sentimiento.  

Si observamos nuestros registros históricos donde conmemoramos guerras, matanzas, exterminios, limpiezas raciales, imposición de creencias, conquistas, etc., veremos que todas ellas han sido producidas por diferencias en la forma de pensar. No nos ponemos de acuerdo sobre qué régimen, religión, raza, pueblo posee la verdad absoluta y entonces peleamos para decidirlo por la fuerza; el resultado es que de todas formas no nos ponemos de acuerdo pero dañamos a muchos en el proceso. ¿Por qué entonces no buscar comunicarnos en otro nivel, de otra forma?

Angélica Cortés
Si bien entonces, no todos pensamos lo mismo, sí sentimos lo mismo y priorizar esa otra forma en lugar de dar más peso al pensamiento o las creencias puede llevarnos a entendernos en un nivel más profundo que el intelectual: el espiritual, el del corazón, donde yo te puedo entender porque he sentido cosas similares y tú también me puedes entender. Desde ese lugar quizá podríamos comprendernos mejor, ser más tolerantes con las diferencias y necesitar menos tener la razón para sentir más compasión, respeto y amor por el otro.
¿De qué me sirve tener la razón, si esa razón me aleja de mi hermano y me hace temerle u odiarle?

Creo que todos sabemos, porque lo hemos experimentado cundo tratamos de relacionarnos íntimamente con otros, que las barreras que nos ponemos a nivel del pensamiento podemos derribarlas con los sentimientos.
¿Cuántas veces hemos conocido a alguien y pensado que es una persona desagradable y luego, con el trato, vamos descubriendo su historia de vida y entendiendo sus circunstancias hasta llegar a estimarle, incluso volvernos los mejores amigos?, ¿cuántas otras nos relacionamos con alguien por lo que creemos que es, pero cuando esa persona no es como imaginábamos que era, o no cumple con la función que le “encomendamos”, dejamos de relacionarnos con ellos sin darles oportunidad de explicarse y sin buscar la forma de entendernos?

Para encontrar la paz te propongo elegir no juzgar ninguna situación desde el pensamiento sino desde el corazón. Allí encontrarás que si alguien no cree en lo que tú crees, no es tu enemigo, es simplemente alguien que tiene otra creencia y que a pesar de ello podemos tener cosas en común que podamos brindarnos mutuamente. Que si alguien es diferente a ti, no es mejor o peor que tú, es sólo diferente y aún así podremos encontrar en lo interno muchas similitudes porque todos sufrimos, todos nos alegramos y todos buscamos la felicidad. 

Desde el corazón lo que apreciamos son las similitudes en lugar de las diferencias. ¿Te animas a ver el mundo desde el corazón?



La frase que da título a este artículo es de S.S. el Dalai Lama.

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